La historia del enfermero que se convirtió en el primer director de un hospital en Entre Ríos y su experiencia en el cargo
Ahora jubilado de esa gestión que lo llena de orgullo, Edgardo Olivo vuelve la vista atrás y se recuerda de niño mientras en los recreos cumplía la primera tarea de cuidados: con total orgullo llevaba un distintivo de la Cruz Roja que lo habilitaba a asistir a quienes se lastimaran jugando en el patio de la escuela.
No debía hacer más que estar atento y avisar a las maestras si algo pasaba, pero esa misión de poder asistir a otro lo hacía sentir bien. No sabía aún que la salud sería su destino. Fueron los años finales de la escuela secundaria los que determinaron la vocación: quería ser médico.
“Mis padres no podían costear la carrera de Medicina y comencé a cursar para ser auxiliar de enfermería. Al terminar seguí con la licenciatura en la Universidad de Rosario, donde estaban las dos carreras, pero sabía que lo que realmente amaba era el contacto con el paciente que da la carrera de enfermero”, resume.
Su camino en constante formación (también es especialista en Terapia Intensiva) hizo que fuera considerado para dirigir un nosocomio provincial y en 2018 logró convertirse así en el primer enfermero que logró el cargo de director de un hospital de Entre Ríos, puesto ocupado tradicionalmente por médicos. Ya retirado de esa tarea, tras cinco años de gestión, se dedica de lleno a la docencia y prepara a los nuevos enfermeros de Paraná.
La vocación
Hijo de un carpintero y de una docente que al casarse decidió dedicarse al cuidado de sus tres hijos; Edgardo cuenta que durante su adolescencia se dedicó al estudio y a trabajar porque no sobraba nada. Ya instalado en Rosario, donde continuó la licenciatura en Enfermería, se dio cuenta de que “eso era lo que amaba y quería ser por el resto de mi vida”.
Cuando tenía 28 años ya había sido nombrado jefe de Terapia Intensiva delHospital San Martín de Paraná, donde más tarde ocupó el máximo cargo. “Todo lo que logré fue a base de mucho estudio, esmero y sacrificio; y horas sin dormir. Pero todo eso me hacía feliz porque era lo que realmente amaba hacer”.
Al terminar cada extenuante jornada laboral, asegura que se iba a dormir feliz y con una sonrisa amplia porque “estaba trabajando y haciendo algo que cada día me gratificaba”. Conmovido, amplía: “Los enfermeros estamos frente al dolor para poder calmarlo, pero también estamos cuando ya no queda nada por hacer y acompañamos a la persona en su muerte. Esa contención tiene dos necesidades porque están ellos y sus familiares. Quizás, el paciente está inconsciente y no sabe lo que le pasa, pero afuera está la familia que lo sufre y cuenta los días de internación, o teme la peor noticia”.
Esto hace que considere que la relación con el paciente vaya más allá de la empatía. “No se trata sólo de quedarnos a llorar con la familia o sufrir el dolor del paciente, hay que hacer más por ellos. Se trata de entender lo que le pasa, pero también actuar con el conocimiento científico”.
Formación continua
Olivo no dejó de formarse y eso lo llevó a trabajar tanto en la salud pública como privada. Con la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva visitó cada rincón de Argentina para capacitar a sus colegas, pero fue más allá. “Comenzamos a hacer capacitaciones para toda la comunidad porque la gente siempre está dispuesta a saber, sobre todo lo que está relacionado con los primeros auxilios y cuidados de la salud”, cuenta y recuerda que en una de esas jornadas les tocó una tarde de lluvia torrencial en el interior de una provincia y, pese a ello, asistieron unas 150 personas.
Esto despertó en él aún más su interés por enseñar y no tardó en llegar a la docencia. Su carrera como profesor inició en la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER), siguió en la Facultad de Ciencias de la Vida y la Salud, y más tarde en la Universidad Adventista del Plata.
Mientras, seguía con los cursos de capacitación continua que siempre fueron gratuitos. “Esto creo que me puso en la mirada del Ministerio de Salud, pensando que era para realizar un curso de capacitación como los que venía haciendo, pero la ministra Sonia Velázquez me dijo que quería que fuera el director del hospital Joseph Lister, de Seguí. Y dije que sí”.
En 2018 asumió el cargo que desempeñó hasta febrero de este año, cuando le llegó el momento de jubilarse. “Fue la primera vez que un licenciado en Enfermería asumió la dirección de un hospital público en la provincia”, acredita. Este mérito, destaca, hizo más que darle un cargo a él.
“Hizo que la profesión tuviera un reconocimiento más allá de mi persona. Me sorprendí al recibir la propuesta y sentí que debía demostrar que un enfermero estaba capacitado también para ocupar esos tipos de cargo porque, además, tenemos el manejo de la parte de administración. Y me hice cargo. Creo que cumplí bien mi función”, agrega el hombre que le dedicó más de 30 años a la salud pública.
Durante su gestión, le tocó afrontar la Gripe A H1N1 y la pandemia de coronavirus. “Todo fue nuevo y como equipo debimos organizarnos y establecer nuevas estrategias, también prepararnos y capacitarnos sobre una nueva pandemia que afectaba a todo el mundo. Fue todo un desafío”.
Tras la jubilación, Edgardo continuó su carrera docente en la Universidad Adventista del Plata y sigue dictando los cursos gratuitos de RCP y primeros auxilios para toda la comunidad.
Al finalizar, reflexiona: “Tenemos académicamente la licenciatura, pero es importante para nosotros era seguir formándonos. Muchas veces escucho decir que a los enfermeros no se nos reconocen, pero creo que nosotros tenemos que hacernos reconocer por medio de nuestra labor diaria, con nuestro profesionalismo y demostrando el conocimiento que tenemos. Entonces, todavía nos falta esa parte: pretendo que el otro me reconozca, preguntarnos qué hacer para no ser en la parte invisible del equipo de salud. Si falta visibilidad debemos hacerla visible”.
Infobae