Historias de Crespo: Las fechorías de los hermanos Suksdorf

Crespo28 de noviembre de 2024 Por Orlando Britos
Un relato de historia ocurrido en Crespo en la década del ´30 y protagonizado por dos conocidos ladrones, los “Hermanos Suksdorf”.
casa de sagemuller
Casa de la familia Sagemüller en San Martín e Irigoyen

Si bien el robo de la casa de familia de don Juan Wagner (hoy hogar de ancianos Ramírez e Irigoyen) tenía preocupados a los crespenses y al presidente de la Junta de Fomento, Dr. Salustiano Minguillón, recién se convirtió en intranquilidad, allá por marzo de 1936, cuando el “maestro” Schira (apodo que le venía de su oficio de maestro de pala de la panadería de Sagemüller Hnos.), realizó la denuncia que a la noche le habían entrado a su vivienda, y en su ausencia, le habían robado algunas cosas.

Tal vez si no hubiera sido por los rastros dejados en la puerta del frente de La Agrícola Regional, el siguiente robo se hubiera mantenido dentro de las esferas de quienes investigaban para no alarmar tanto a la población.

Pero un agujero cuadrado en la puerta del frente de La Agrícola, realizado con un taladro, con 4 agujeros grandes en las esquinas y algunos más chicos en las líneas, fueron vistos por todos quienes pasaron por el centro, y dio lugar a que se tejieran las más complicadas teorías sobre los misteriosos ladrones, y la pasmosa sangre fría con que habían actuado los malhechores, sacando una tapa de la hoja de la puerta, por donde se introdujeron para hacer lo mismo que en la casa de Schira: robar.

Zapatos, caja de hojas de afeitar, pañuelos, medias, fueron los faltantes notados en los cotejos de existencia. 

Una noche llegó don Otto Sagemüller a su casa de la esquina del molino (San Martín e Irigoyen), luego de un viaje a Paraná y descubrió que le faltaba un Winchester, otras armas y que un desorden en el escritorio de la empresa denotaba la intención, no lograda, de robar valores y dinero. Grande fue la sorpresa de quienes investigaban al comprobar que habían bajado por el techo.

Ya a esta altura de los delictivos acontecimientos nadie se animaba a salir a las calles de oscura villa, ni nadie dejaba la casa sola; y lo que es peor, cada uno veía sus “sospechosos” en sus propias mentes, y solamente en grupos familiares o en diálogos de amigos se tiraban nombres de los posibles ladrones.

-Pà mí que no son de acá, decía alguno

-¡Ché, no será…!, y seguro que caía cualquiera en las imaginaciones.

¡Como para salir de noche! Y ni hablar de los interrogatorios del viejo Lamela, si en una de las habituales rondas a caballo, junto a Delgado o don Velázquez, los otros milicos, te llegaban a encontrar circulando!

Ya habían pasado dos meses y no se habían registrado más hechos, pero tampoco el Comisario, don José Tabaré, ni el oficial, su sobrino “Tabarito” le encontraban “la punta a la madeja”. 

La villa se comenzó a intranquilizar y los sospechosos solo se circunscribían a algún forastero.

Parecía que tenía razón nomás don Santiago Schira cuando decía… no han de ser de acá. Ya se han ido seguramente, concluía Jacobo, como se lo apodaba a don Santiago.

Hasta que un día…¡Zaz!...¡El golpe más grande!. ¡Robaron en La Agrícola todos los sombreros en stock que eran alrededor de 100 y trajes! 

Entraron por el techo, levantaron una chapa y dejaron en el lugar una escalera hecha de soga. Todo se convulsionó. Ya era el colmo, y lo que más preocupaba era que se estaba frente a inteligentes ladrones. 

Frente de La Agrícola Regional

Pasaron los días y la Villa era “La caldera del diablo”, hasta que un domingo a eso de las 9 de la mañana se presentó un policía que venía del destacamento de María Luisa, tan cansado y agitado como su caballo.

-¡Comisario, mataron a don Esteban Regner, y fueron sus sobrinos, los vieron en la aldea, le quisieron robar y como el viejo los descubrió lo mataron a sangre fría… eran los hermanos Suksdorf, los que viven acá…!

El tío de los Suksdorf, don Esteban Regner tenía un almacén en María Luisa.

Otra versión más imaginativa, pero propia de la época, era la que sostenía que la intención no había sido el robo, sino que como ambos estudiaban la magia negra, necesitaban sacrificar un pariente de sangre como condición.

-¡Carguen las armas! ¡lleven municiones, y vos -dijo el Comisario Tabares- cruzate y avisale al Secretario de la Junta don Juan Dugone, que eran nomás los que estudian la magia negra!

La casa estaba ubicada en calle Rivadavia, casi Güemes. A eso de las 9,30 hs. la policía, acompañados por vecinos que fueron “invitados” a ayudar en el operativo, comenzaron a tomar posiciones estratégicas. 

“Tonilo” Gignone se colocó en uno de los árboles de enfrente, … Guillermo Andersen, empleado del correo se tiró de panza en la cuneta y extrajo su revólver,… Juan Dugone, se parapetó detrás de la chata de don Trachatto, junto a éste que era guarda-hilo del teléfono. 

Entonces es escuchó al comisario decir: -¡Están rodeau, salgan con las manos arriba!...

Un silencio sepulcral fue la contestación…

-¡Salgan o entramos a tiros limpios!, dijo ya más nervioso e impaciente “Tabarito”, con dos revólveres en sus manos…¡Y en eso se escuchó un tiro!...

¡Todo el mundo se cubrió y los curiosos que a esa altura de las circunstancias eran muchos, disparaban desesperadamente! ¡habían comenzado a contestar con tiros!...

Pasaron algunos minutos, y solamente se podían escuchar las respiraciones nerviosas de los protagonistas, …¡cuando de repente!...¡Otro tiro!... y nuevamente al suelo.

Pasó media hora, nadie hablaba, y nadie se animaba a acercarse, hasta que don Guillermo Andersen lo hizo sigilosamente y cuando ya estuvo junto a la ventana, les habló en alemán, agachado, y con el revólver en posición de defensa…¡Nada!... 

Se cruzó por debajo, y con muchísimo cuidado fue mirando para adentro…

¡Tené cuidau Guillermo!, dijo Juan Dugone, y entonces al ver lo que había pasado adentro, Andersen se paró, miró para atrás y enfundando su revólver dijo -¡Se mataron!...¡Están los dos muertos!

Los cargaron en la chata de Trachatto, semi desnudos y sangrando, los llevaron encimados, con las manos y las cabezas casi colgando en los bordes de la corta caja de la chatita.

Mientras, en la casa se realizaron las primeras inspecciones oculares y no apareció nada, hasta que alguien descubrió debajo de unos muebles una tapa disimulada y sacada ésta, tierra húmeda, casi barro y nada, pero siguieron removiendo el barrio y había un fondo, … era la tapa de un sótano. 

Allí abajo estaba todo, zapatos, caja de hojas de afeitar, pañuelos, medias, los 100 trajes, cientos de sombreros, el winchester y las otras armas de don Otto Sagemüller, etc, etc.

Con la muerte de los hermanos Suksdorf, la villa ese domingo a la noche retomó la tranquilidad que había perdido por un largo tiempo… Todo había pasado…

 

britos_orlando (Medium)*Un relato de historia extraído del libro “Historia e Historias de Crespo E.R”. del escritor e historiador Orlando Britos

 

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